A los cuatro años Mamá me regalo un libro de mi tamaño con varios cuentos, entre ellos Caperucita Roja. Estaba en inglés, venía con dibujos y al final de cada cuento tenía caretas con las caras de los personajes.
Por ser la más chica me tocó ser Caperucita. Cuando mi prima más grande (el lobo) me decía con voz grave y los dientes para afuera “para comerte mejor” yo empezaba a llorar y teníamos que frenar el ensayo. En cada nuevo intento me parecía que al lobo le iban creciendo más los colmillos. En el último que hicimos a la hora de la siesta, las demás actrices, cansadas de tener que explicarme que lo de mi prima era ficción, decidieron que yo iba a ser el leñador. En las casas y en los colegios de mujeres, las chicas también actuamos de varones.