jueves, 5 de agosto de 2010

Tengo un perro que se parece a un gato.

Lo vi con mis dos ojos, que se fueron para dos lugares distintos, como si no fuera solamente uno el que se me desvía.
El de la izquierda tomó el camino que estaba enredado, el de hace tres años, donde estaba ciego y camuflaba los pinchazos en caricias.
El otro miraba como hoy. Más abierto que nunca, desafiando a quien veía con un rimmel extra large que lo hacía perteneciente a una muñeca; cristalizado.
El mismo de la derecha giraba para todas partes, y sentía, como lo hizo una vez su compañero antes de camuflar, los pinchazos, las lágrimas.
Se unieron y se volvieron bizcos, se mezclaron, y ya no sabía cual era derecha y cual era izquierda. Se nubló todo, porque entre los dos uno sano no había. El deseo de ser uno de esos animales que no se sabe si existen, que tienen un solo ojo gigante; pero uno que no tenga cuernos quiero ser, que sea alado, con un solo globo ocular donde hay una mezcla de cristal y humo blanco; brillante.

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