jueves, 8 de septiembre de 2011

Fragmento VII

La cadena de frío es el suministro de temperatura controlada que puede servir para mantener en el estado correcto alimentos, remedios o picaflores de cola larga.
Las tardes de verano eternas hacen que cada metro cuadrado del jardín pueda ser estudiado descubriendo finalmente el huso horario que cada porción de tierra tiene. Micromundos que físicamente no están delimitados pero que la luz del sol los divide en equipos. El equipo de los rosales contra el de los agapantos, los picaflores prefieren los lilas. El equipo de laurel venenoso contra el de las pencas, los puntiagudos, que lastiman. El equipo del sol traicionero de las tres de la tarde que te vuelve palito de la selva contra el de las cinco que tiene manteles y cuerpos con protector casi inexistente, lavado por la pileta, porciones de piel que brillan.
Los picaflores de cola larga son metalizados, tienen verde, fucsia y si tenés suerte dorado también. Sus alas son casi imperceptibles por la rapidez en que las mueven, se mantienen en un punto fijo agitándolas tomando el polen de las flores, atracones de color amarillo.
Cuando era chica existían unos recipientes con forma de flor, de plástico donde adentro se les ponía agua con azúcar para atraerlos. En casa nunca me dejaron tenerlos, se notaba el relieve de las piezas de plástico encastradas, no quedaba bien, así que ver un picaflor era cosa de cinco segundos y si llegabas en el momento justo, te sentías afortunada.
Mamá guardaba los de cola larga en un freezer de la cocina, adentro de tuppers, con una etiqueta que contaba los colores de su cuerpo. Después los llevaba en el viaje de vuelta a Buenos Aires al Museo de Ciencias Naturales, donde yo aprovechaba para ver las peceras de agua salada.
Mamá charlaba con el taxidermista, cuando terminaba nos subíamos al Renault 12 para llegar a destino.
Carola no sabe de matemáticas, física ni química, pero es experta en picnics. Hay básicos: un termo de café, jugos de frutas, sándwiches de miga (porque los preparados en casa se aplastan), castañas de cajú y alfajorcitos de maizena en número impar para el tiempo dulce. La que visualiza las primeras montañas se gana el último.
Yo trataba de estar atenta pero siempre sentí que para el momento en que las veía ya estaban ahí, mostrándose desde hace por lo menos quince kilómetros. Es que las montañas te hipnotizan, te envuelven y terminás pensando que siempre fue así, que los edificios nunca existieron y que no hay nada mas común en el mundo que ver la línea del horizonte tapada con sierras violetas.

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