Es verano y vamos al río. En vez de ir al Pintos vamos a uno en el que no están nuestros conocidos. Al principio hay mucho hippie, pero bien al fondo hay una playa, la de las fotos de cuando éramos chicas, que desapareció hace ya varios años. Al lado de ella hay otra, en la que nos podemos sentar, y dejar el jugo de pomelo, las costillas y el vino.
Hace calor y en el Rio Quilpo siempre hay diez grados mas que en casa. Somos nosotras cinco mas un novio y Liam, el perro. Mientras Pedro trata de agarrar mojarritas con un vaso de plástico nosotras nadamos. Las Viejas del Agua son horribles, pero me auto convenzo que están cerca de las piedras, que sus bigotes no van a tocar mis dedos del pie y sigo nadando.
Mi mamá grita, es porque una cabeza se asomó desde la profundidad del agua y está segura que es una víbora. Lo grita: ¡Víbora Víbora! Dos cabezas mas aparecen. Yo me empiezo a reír, porque todas tratan de llegar a la orilla y los gritos son muy agudos. Mi tia me hunde la cabeza mientras trata de avanzar y a mi se me queda un alga pegada en el pelo. Salgo última mientras me trato de acomodar los triángulos de la bikini.
Las cabezas se estiran y nos damos cuenta que son tortugas. Las miramos un rato y seguimos con lo nuestro, mi primas toman sol, Pedro sigue con las mojarritas y yo grabo a Liam mientras juega en la arena. Pero mi mamá no se despega de la piedra donde está en cuclillas mirando a las tortugas. Grita: ¡Cuatro, cinco, seis tortugas!
Su euforia sube cada vez más de nivel y mientras las tortugas van avanzando se va convirtiendo no solamente en una de ellas sino en su reina.
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